Alexa
Liliana Rodríguez-Padilla
Leidy
Johan Baquero-Cantor.
El intento por explicar el
comportamiento de los agresores sexuales ha sido un esfuerzo constante, desde
hace ya varias décadas y desde diversas disciplinas. El modelo de análisis del
comportamiento parte de múltiples explicaciones a los componentes del comportamiento
del agresor sexualmismo, como son las motivaciones, procedimientos de ejecución
de los hechos, personalidad, presencia de parafilias, trabajo en solitario o en
grupo, métodos de elección de la víctima y carrera delictual, entre otros (González,
Martínez y Bardi, 2004). Las explicaciones que resultan de las causas que
origina la agresión sexual no son unívocas, por el contrario, son multicausales,
razón por la cual las propuestas de evaluación e intervención deberían considerar
la misma perspectiva.
El resultado de las investigaciones muestra
heterogeneidad en las características de personalidad y psicopatológicas de los
agresores sexuales. En general, suelen atribuir perfiles de tipo limítrofe para
el caso de agresores sexuales que presentan algún trastorno, y en el caso de
violadores, entendiéndose por violador, quien realiza la ofensa sexual contra
un adulto de manera violenta. En éstos casos se ha establecido correlación, con el tipo de personalidad antisocial,
principalmente. Los agresores sexuales suelen presentar dificultades en el
desarrollo de la empatía, distorsiones cognitivas y una gran dificultad para percibir
y demostrar emociones (González, Martínez y Vardi, 2004).
Comúnmente se piensa que los
agresores sexuales son personas con trastornos psicológicos, sin embargo, la evidencia
demuestra lo contrario, las investigaciones científicas revelan que en un 64%
de los casos de los agresores sexuales evaluados, no se documentó ningún
trastorno psicológico. Castro, López-Casuedo y Sueiro (2009), Cáceres (2001),
Echeburúa y Fernández-Montalvo (1997) y Soria y Hernández (1994) coinciden en afirmar
que la mayoría de los agresores sexuales no presentan trastornos
psicopatológicos pero defienden la relación entre delitos sexuales con
determinados trastornos de personalidad, tales como el trastorno antisocial,
trastorno esquizoide y trastorno límite.
Otro de los postulados es que el comportamiento de los
agresores varía según el tipo de víctima y condiciones propias del sujeto, como
el sexo y la edad. Razón por la cual resultaría insuficiente analizar un solo grupo
de características de un agresor, dado la heterogeneidad de las combinaciones. En
el año 2002, Ortiz-Tallo, Sánchez y Cardenal establecen un perfil psicológico
de los delincuentes sexuales con base en un estudio de tipo clínico, utilizando
como herramienta principal de análisis, el Inventario Clínico Multiaxial de Th.
Millon II (por sus siglas en inglés MCMI-II). El fin de esta investigación fue
conocer el patrón básico de personalidad y la detección de síndromes clínicos
en tres grupos de delincuentes sexuales: dos grupos de condenados por delitos
sexuales y un grupo control de personas condenadas por otro tipo de delitos,
configurando una muestra de 90 personas entre los 20 y 65 años; el objetivo del
estudio pretendía encontrar diferencias en los perfiles de personalidad en
función del delito por el que se hubiesen condenado.
En la evaluación de estilos
de personalidad con el MCMI-II, se definieron 13 tipos de perfiles, entre los
que se resaltan: las dificultades para las relaciones interpersonales, la
búsqueda de aceptación, el miedo al rechazo, la evitación del menosprecio y la
humillación, la dificultad para asumir responsabilidades propias de la edad
adulta, y la presencia de conductas socialmente loables (Ortiz-Tallo et al., 2002).
Un par de años más tarde, González
et al. (2004) desarrollaron un estudio en el que pretendían dar una visión
general de las características de los abusadores sexuales, revisando y
contrastando las teorías desarrolladas y que a la fecha explicaban el
comportamiento abusivo. En la mencionada revisión, se explicó que, si bien la
mayor parte de las denuncias que se presentan por casos de abuso sexual
provienen de los estratos socioeconómicos más bajos, los abusadores pueden
pertenecer a cualquier estrato social, ya que para escapar de la detención y la
aplicación de una pena, se requieren recursos además de astucia; el abusador
puede incluso vivir en cualquier medio (urbano, rural), tener cualquier nivel
educativo, cualquier religión y orientación sexual y estado civil. A pesar que en la actualidad se ha logrado
eliminar este tipo de sesgos socioculturales, en algunos contextos se sigue
considerando que le agresor sexual pertenece a una categoría social en
particular
Dado que no existe un perfil
único en el caso de los agresores sexuales, resulta más conveniente hablar de
características comunes y factores asociados, con el fin de dejar de lado las
generalizaciones en esta materia, y en lugar de ello, hacer uso de los modelos
teóricos explicativos del comportamiento abusivo que mejor se acomode a cada
caso.
Existen dos perspectivas
desde las cuales se ha logrado abordar el abuso sexual. La primera asume que la
raíz de esta problemática se centra en una dinámica familiar distorsionada,
caracterizada por relaciones de tipo incestuoso entre padres e hijos; desde
esta perspectiva se menciona que en general las niñas son vistas como la
compañera sexual de su padre o viceversa. En diversas investigaciones se ha
logrado demostrar que algunos abusadores sexuales experimentan una activación
sexual por los niños incluso justo antes de ser padres y en su etapa de
adolescente (Moreno, 2006).
Por otro lado, está la
perspectiva que basa sus explicaciones en las características psicológicas y
fisiológicas del abusador. La etiología del abuso sexual muestra ciertos
criterios individuales, como la presencia de una cierta patología psíquica,
patrones de inmadurez, baja autoestima, sentimientos de inutilidad entre otros.
Por otra parte, existen algunos criterios de tipo familiar como la
conflictividad marital (violenta o no), el alejamiento de la pareja, y como se
mencionó anteriormente, se puede presentar también una confusión en la
inversión de los roles en los miembros de la familia. Se han trabajado también
los criterios contextuales que enfocan sus explicaciones en que el abusador
suele ser una persona introvertida, solitaria y con poco apoyo social (Moreno,
2006).
Existe un modelo teórico que
intenta explicar por qué algunas personas se interesan sexualmente en niños y a
su vez, porqué el interés sexual conduce estrechamente al abuso. Según el
modelo de Finkelhor (como se citó en Moreno, 2006) debe estar presentes algunos
factores simultáneos y sucesivos: “congruencia emocional (una importante
inmadurez en el abusador que se experimenta a sí mismo como un niño, manifiesta
necesidades emocionales infantiles y, por tanto, desea relacionarse con niños);
activación sexual ante los niños, bloqueo de las relaciones sexuales normales
(sentimiento de inutilidad personal, inadecuación interpersonal y
distanciamiento sexual en las relaciones de pareja); y desinhibición
comportamental (de ellos depende que el abuso sea estable o esporádico)”.
Faller (como se citó en Moreno, 2006), propone una diferencia entre lo que provoca
el abuso sexual y los factores que
podrían contribuir pero no lo provocan. Algunas de las condiciones que actúan
como precipitantes se puede destacar: el sistema social (relaciones de poder,
relaciones de dependencia, educación adecuada, reparto de roles y la sexualización
de las relaciones) y en relación con el abusador (haber sido víctima de abusos
sexuales, autovaloración deficiente, consumo de sustancias o experiencias
traumáticas, pocos cuidados durante la infancia y modelos sexuales afectivos).
Marshall (como se citó en
Vallejos, Covetta y Salvador, 2012), propone que el comportamiento de los
delincuentes sexuales podría estar determinado por la interacción entro lo
innato y lo adquirido. Desde la perspectiva de lo innato, propone que el hombre
debe aprender a controlar la satisfacción de sus propios deseos (agresión y
sexo), ya que los factores biológicos y sociales que tienen una relación
directa con el desarrollo de los inhibidores conductuales, y en definitiva, son
los mismos que en ciertas ocasiones establecerían correlación entre el sexo y
la agresión, en algunos sujetos.
A su vez, Marshall propone
una serie de patrones predictores de los comportamientos sexuales-delictivos. Las
relaciones paterno-filiales pobres pueden concluir en este tipo de
comportamientos agresivos, la experiencias previas de la infancia (problemas
familiares, conductas de abuso físico y sexual, falta de motivos en los
castigos, falta de identificación con uno de sus padres, abuso de alcohol o
actividades delictivas) son algunos de los predisponentes conductuales y en
general suelen ser el resultado de un
proceso de modelamiento de las conductas de los padres (Vallejos, Covetta y
Salvador, 2012).
Este autor plantea además que
los vínculos paterno-filiales pueden enseñar a los niños a esperar de los demás
y a mantener actitudes que promueven o impiden el establecimiento de lazos
afectivos. Teniendo en cuenta los tipos de apego entre el cuidador y el niño,
se han logrado establecer algunos criterios en términos de sus consecuencias, por
un lado, se ha concluido que los niños que muestran vínculos evitativos, en el
futuro podrían llegar a presentar ausencia de vínculos amorosos; aquellos con
características ansioso-ambivalentes suelen mantener relaciones muy
superficiales y de corta duración (Vázquez, 2011)
Los tipo de apego evitativo
y ambivalente, suelen traer consigo relaciones disfuncionales entre padres e
hijos y experiencias tempranas destructivas en el hogar. Se ha propuesto,
además, que las dificultades de apego entre madre e hijo aumentan la
probabilidad de comportamientos de tipo antisocial en la vida adulta, por el
contrario, cuando se presentan este tipo de problemas entre padre e hijo, suele
predecirse la conducta agresiva sexual en la edad adulta (Vallejos, Covetta y
Salvador, 2012).
Los mismos autores plantean
que generalmente cuando se presenta un vínculo emocional negativo entre padre e
hijo, el menor, resulta convirtiéndose
en un ser vulnerable, falto de autoestima, con pocas habilidades de
afrontamiento y resolución de problemas, con escasas relaciones sociales por la
misma falta de empatía, por lo que se ha llegado a concluir que en la vida
adulta estas personas no tiene la capacidad de satisfacer sus necesidades
sexuales y afectivas de una forma apropiada (Vallejos, Covetta y Salvador,
2012).
Otro de los modelos
explicativas del comportamiento de los agresores sexuales es la explicación que realiza Broffenbrenner (1979, como se citó en Cortés,
2013), la cual se centra en la comprensión ecológica del crecimiento de las
personas, es decir, la concepción cambiante que tiene una persona de su
ambiente y su relación con él. Este autor postula que la sociedad está
constituida por distintos sistemas (macrosistema, exosistema, mesosistema y
microsistema) y que bajo estos sistemas y su relación, podría llegar a surgir
el abuso o el maltrato infantil, como interacción entre la familia y su
entorno. Este enfoque propone cómo a partir de los factores de riesgo
existentes en estos sistemas y la ausencia o presencia de factores de
protección, algunos factores de riesgo pueden llegar a sobre pasar los factores
de protección y llegar a las conductas de maltrato y finalmente abuso.
Fuente,
Cortés (2013).
De acuerdo con Landaverde y
Pérez (2013), existe diversidad en los modelos explicativos de la conducta
sexual abusiva. Por un lado plantean los modelos unifactoriales: Modelo
biológico que se centra en lo fisiológico, sustentando que el abuso sexual es
causa principalmente de la excitación sexual desviada y el énfasis del rol
hormonal (niveles de testosterona – agresión en general y la sexual en
concreto) y la presión evolucionista que impulsa la tendencia masculina de
dominar a otros. En esta misma línea resaltan también modelos a nivel
psiquátrico, feminista, cognitivo conductual, modelo sistémico, modelo de la
personalidad, modelo social, modelos multifactoriales, multisistémica, de los
cuatro factores y cuadripartido que en definitiva logran dar una puntual
explicación sobre el abuso sexual.
Garrido (1989) por su parte, propone cuatro tipos de
explicaciones, la primera de ellas es explicada desde lo intrapsíquico,
psicodinámico o de la perturbación y sostiene que independientemente de las
diferencias individuales, los abusos en niños, el incesto, el voyerismo y el
exhibicionismo son el resultado de problemas intrapsíquicos e interpersonales duraderos.
La segunda, se basa en la psicología de los rasgos y no en las diferencias que
existen entre los delincuentes sexuales, sino en todas sus similitudes y
comunalidades, y que además les distinguen de otro tipo de delincuentes. La tercera
explicación está dada bajo el concepto de la subcultura de la violencia, en
donde la violación no se ve como algo más que otro tipo de delito común, en
donde los agresores rivalizan con las conductas y valores socialmente
establecidos, por último existe un planteamiento en términos de la
socialización y del rol de “víctima legitimada” que se le otorga a la mujer, es
decir, en cuanto al hombre se le enseña socialmente a tomar la iniciativa con
las mujeres, a ser dominante y a enorgullecerse con las conquistas sexuales, a
la mujer socialmente se le atribuye la búsqueda de protección de un hombre y la
pasividad.
En Colombia, se estableció
una tipología de agresores sexuales de mujeres y niños a partir del estudio de
los patrones biográficos y de distorsión cognoscitiva, desde la perspectiva de
la psicología forense. Los factores cognitivos no se pueden determinar como las
causas directas del comportamiento sexual desviado, sino como aquellas fases
por las que atraviesa el agresor sexual y que además les permiten negar,
minimizar, justificar y racionalizar su comportamiento, además, este tipo de
distorsiones cognitivas están dadas específicamente por el tipo de delito que
se lleve a cabo. Partiendo de tales distorsiones cognitivas, se logra
comprender cómo los agresores o abusadores sexuales de niños, creen que el
contacto sexual con los menores no va a generarles ningún tipo daño y, por otro
lado, pueden asumir una actitud deseosa y provocadora por parte de los menores
(Castro et al., 2009).
Los agresores de personas
adultas presentan también distorsiones cognitivas, pues en general hacen una
interpretación errónea de las reacciones de las mujeres. La gran mayoría, hacen
una lectura de las conductas de las mujeres como actitudes de provocación,
contrario por ejemplo, a lo que podrían percibir de las mismas señales emitidas
por varones en situaciones similares. Algunas de las ideas irracionales que más
se han identificado a lo largo de varias investigaciones, son: a las mujeres
les gusta que las traten con dureza, muchas de ellas fantasean con ser
dominadas y violadas, y las mujeres que frecuentan bares y se van a la cama con
cualquiera también merecen ser violadas (Castro et al., 2009).
Algunos de los procesos
cognitivos más relevantes en términos de la violencia sexual, son aquellos que
afectan la percepción de la información del entorno, el procesamiento de dicha
información, los procesos de asociación con la memoria ya existente y los
procesos de planificación de una respuesta dada. Así mismo desde los procesos
cognitivos, suele jugar un papel muy importante la creencia que se tienen de sí
mismo, de otras personas y del mundo en general. Como se mencionó
anteriormente, los factores cognitivos ayudan a negar, minimizar y justificar
su comportamiento, pero, así mismo, estos factores suelen proteger de alguna manera
los efectos psicológicos negativos como la culpabilidad y la vergüenza por
parte del agresor sexual (Gutiérrez y Flores, 2001).
El mismo autor plantea que
la mayoría de agresores sexuales, presentan cierta dificultad para lograr
identificar emociones en los demás o las determinan más positivas de lo que en
realidad pueden ser. Es así como a
partir de dichas mal-interpretaciones, el abusador puede seguir agrediendo a
mujeres y niños, pues son incapaces de hacer la lectura correcta del “estar
causando daño”.
Vázquez (2011), parte del
hecho de la multiplicidad en los perfiles de personalidad típicos de agresores
sexuales y traza una categorización de 5 tipos de agresores según sus características
clínicas: a) psicópata, quien actúa
en búsqueda de sensaciones y sometimiento a la víctima, lo que provoca una
excitación mayor a la que puede encontrar en un encuentro sexual habitual; b) social-oportunista, maneja creencias distorsionadas sobre el rol
sexual de la mujer, codifica erróneamente signos y generalmente les otorga un significado
“provocante” justificando así su agresión; c) psiconeuróticos, quienes utilizan la agresión como un medio de
compensación y justificación del comportamiento; d) asociales o subculturales, quienes, por cuestión de la crianza,
generalizan un estilo de socialización violenta dentro de su ambiente social,
habitualmente marginado y; e) pedófilos, primarios
y secundarios, caracterizados por el temor y la dificultad para las relaciones
con pares adultos, asociados a baja autoestima, e ira profunda hacia la etapa
adulta.
Badury (como se citó en
Contreras, Peña y Rubio, 2012), manifiesta dos tipos de abusadores relevantes,
por un lado está el abusador sexual intrafamiliar: suele ser un miembro de la
familia, con conductas manipulativas, uso de poder y del rol. Bajo esta figura
el abusador cosifica al menor bien sea para cubrir sus carencias o para
“elaborar” los traumatismos pasados (abandono, maltratos o abusos), o para “disminuir
las consecuencias de los conflictos relacionales actuales. A partir de este
tipo de abuso, se puede dar explicación a la “trasmisión de los abusos sexuales
a nivel transgeneracional”.
Según Contreras et al. (2012),
existe también el abusador sexual extrafamiliar, éste se conoce como cualquier
individuo conocido por la familia de la víctima (sacerdotes, profesores,
cuidadores, etc.) que con el tiempo han adquirido cierto nivel de confianza. En
general son hombres y sus técnicas de persuasión suelen estar centradas en el
cariño, la mentira, la presión psicológica, la carencia afectiva en el hogar
del menor y otras estrategias sumamente distintas que, contrario a lo que logra
un abusador que usa la violencia física, logran en algunos casos provocar
sensaciones corporales agradables e incluso goce sexual por parte del menor.
González (2012) intenta
llevar a cabo una clasificación muy detallada de los abusadores sexuales,
“teniendo en cuenta que esta clasificación puede resultar poco confiable ya que
los datos provienen de los mismos abusadores, quienes frecuentemente suelen ser
manipuladores, con tendencia a utilizar la negación, proyección,
racionalización, minimización y parcialización como mecanismo de defensa” (p.
190), Este autor propone la siguiente clasificación:
ð
Según inclinación sexual
ð
Según la exclusividad de la atracción por
niños
ð
Según el sexo de la víctima
ð
Según la edad de la víctima
ð
Según el estilo de la conducta abusiva
Por su parte, Barudy (como
se citó en González, 2012) asume que toda persona para lograr alcanzar su
madurez, debe diferenciarse emocionalmente de sus padres y de aquello que lo
condicionó durante su niñez. Este autor utiliza el término “individuos
indiferenciados” para referirse a la construcción de fronteras psicológicas que
le permiten a una persona un sentimiento de sí mismo y de los demás. Define personas
subindividuadas a los que tienen poca vivencia de sí mismos y gran dependencia
de los demás y, como sobreindividuados, a aquellos incapaces de tener en cuenta
a los demás. A partir de estas definiciones, este autor propone los siguientes
tipos de abusadores:
ð
Abusadores
subindividuados totalmente indiferenciados
ð
Abusadores
subindividuados con una diferenciación débil
ð
Abusadores
subindividuados con una diferenciación moderada
ð
Abusadores
sobreindividuados indiferenciados
ð
Abusadores
individuados con una diferenciación moderada
ð
Abusadores
sobreindividuados con escasa diferenciación
ð
Abusadores
sobreindividuados con una diferenciación moderada
Barret y Trepper (como se
citó en González, 2012), propone cinco tipos de hombres abusadores: aquellos
que tiene una obsesiva preocupación por el sexo de los hijos; los padres
regresivos, que suman el desarrollo sexual de sus hijos con el abuso de
sustancias como un detonante para cometer el abuso; los autogratificadores
instrumentales, que fantasean con su hijo acerca de otras mujeres; los
emocionalmente dependientes, que buscan en sus hijos afirmación y soporte, y
por último aquellos que presentan relaciones rabiosas, relacionadas con
violencia física.
En un estudio de tipo
descriptivo llevado a cabo por Arcila, Castaño, Osorio y Quiroz (2013), en una
muestra de 80 hombres condenados por delitos sexuales recluidos en el centro
penitenciario de Manizales se encontraron los siguientes hallazgos: en general
los condenados pertenecen a estratos más bajos, presentan un bajo nivel de
escolaridad o los procesos de educación sexual han estado ausentes en un gran
porcentaje de agresores. Este aspecto se evidenció con mayor dominancia cuando
las víctimas fueron menores o iguales a 12 años, lo cual, en términos de
desarrollo, esto podría ser un indicador de conductas sexuales inapropiadas
para el agresor sexual.
En la mayoría de los casos,
las agresiones se empezaron a hacer manifiestas en edades tempranas (10, 15 y
19). Ante esta variable, se consideró importante hacer mayor énfasis en los
factores biológicos y sociales (niveles hormonales, falta de educación sexual,
funcionamiento familiar y dinámicas sociales). Así mismo, se evidenció que en
la mayoría de los estudios llevados a cabo bajo esta temática, los agresores
sexuales son personas conocidas o familiares de la víctima (Arcila et al.,
2013).
En la misma investigación,
se logró determinar que uno de cada cinco agresores sexuales presentó
antecedentes de abuso sexual durante su infancia. En términos del desarrollo psico-sexual,
cerca del 50% de la muestra manifestó una opinión negativa frente a la
masturbación, un porcentaje mínimo recordó juegos sexuales en la infancia y
solo algunos reportaron haber tenido fantasías sexuales en la adolescencia.
Estos autores proponen que todos los aspectos mencionados con anticipación
podrían llegar a significar procesos de inmadurez, temor o vergüenza respecto a
su sexualidad, más que rasgos realmente delictivos y patológicos.
Weinberg (como se citó en
Posada y Salazar, 2005), ha trabajado sobre tres categorías de abusadores
sexuales, los endogámicos, que se caracterizan por que dirigen su actividad
hacia el interior de sus familias, encontrándose en la mayoría de casos el
padre, el padrastro, tíos, hermanos. La principal característica de este tipo
de abusadores está marcada por relaciones posesivas, límites obsesivos y algún
tipo de violencia psicológica; por otro lado, este tipo de relaciones sexuales
abusivas suelen ser permanentes en el tiempo ya que el contexto suele ser un
facilitador para que se lleven a cabo.
Igualmente, este autor
propone la denominación de abusadores “psicópatas” quienes sin algún tipo de
discriminación por su víctima, suele tomarlo como un objeto sexual dentro de
una relación de poder o dominación (incluso relaciones sexuales sádicas con
altas consecuencias como lesiones personales u homicidio). Este tipo de abusador
es patológicamente insaciable en su área sexual, aquí se pueden presentar
relaciones fugaces o duraderas, pero con un alto índice de promiscuidad ya que
se les facilita tener varias de estas relaciones en los mismos periodos de
tiempo (Posada y Salazar, 2005).
En tercer lugar, existe el
abusador pedofilico caracterizado por una gran inmadurez psicológica,
personalidad insegura y bajos niveles de autoestima, por esto, este tipo de
abusadores prefiere que la mayoría de sus víctimas sean personas que no pueden
valerse por sí mismas o niños; este tipo de relaciones sexuales son también
episódicas u ocasionales (Posada y Salazar, 2005).
En algunos estudios llevados
a cabo a partir del uso de la escala de Trastorno del Pensamiento o Escala SS
del MCMI-III (Millon Clinical Multiaxial
Inventory), (que realiza una descripción del síndrome clínico severo
caracterizado por pensamiento extraño, fragmentado, no coherente, disperso y
despersonalizado), se ha logrado demostrar que los abusadores de menores
presentan una puntuación mucho más elevada que otros delincuentes sexuales y no
sexuales. Así mismo bajo el uso del
MCMI-II, al comparar abusadores de menores con población general sana, se ha
logrado demostrar que existen diferencias significativas en las escalas Esquizoide,
Paranoide y Esquizotípica ya que los abusadores en general tienden a tener
puntuaciones muchos más altas que el resto de la población. De igual manera, se
ha demostrado que entre los abusadores sexuales de menores y los agresores
sexuales de adultos y delincuentes no sexuales, existe una alta correlación con
las elevadas puntuaciones en la escala Fóbica (evitativa o escala 2) del MCMI
(Becerra, 2012).
Perea, Ladera y Ajamail
(como se citó en Nunes, 2011), propusieron en términos de alteraciones frontales
en abusadores sexuales, “un patrón depresión, caracterizado por hipocinesia,
apatía, carencia de impulso, reducción del habla, indiferencia, ausencia de
motivación y falta de planificación”, este tipo de asociaciones tienden a estar
direccionadas a la relación entre ciertos síndromes y alteraciones
pre-frontales, dorso laterales, orbitales y mediales. Así mismo, se mostró a
partir del estudio de Nunes (2001), que la reducida activación de la corteza
dorso lateral pre-frontal es significativamente característica en los
abusadores sexuales, sugiriendo de esta forma un deficiente control sexual. Desde
este estudio se logró relacionar que un frágil funcionamiento de las regiones
frontales del cerebro pueden predisponer mucho más para este tipo de delito.
Pasando a los procesos de
tratamiento penitenciario y de acuerdo con Guillamondegui (2006), para lograr
un diseño adecuado del tratamiento en el contexto penitenciario de los
abusadores sexuales, se debe contar con el aporte de diversas ciencias que permitan
lograr un pleno desarrollo de éste en el contexto penitenciario. El aporte de
diversas disciplinas está orientado en la medida en que se pretende especificar
las variables exactas a intervenir, una serie de métodos evaluativos que
permitan identificar desviaciones sexuales del condenado, el alcance y la
magnitud de su funcionamiento social y la capacidad de su interacción, el nivel
de distorsión cognitiva, la identificación de los indicadores de los riesgos de
reincidencia y su fijación temporal
Algunas de las técnicas de
tratamiento más usadas son las siguientes: La
prevención de recaída (PR), esta técnica de aplicación innovadora,
cognitivo-conductual pretende llevar a cabo un abordaje desde el tratamiento de
las adicciones, teniendo como referente que las más altas tasas de reincidencia
en delito sexual están asociadas a procesos adictivos compulsivos y se centra
más en lograr el control que algún tipo de curación y tiene como base las
teorías del aprendizaje social (Guillamondegui, 2006).
Por otro lado, está el
tratamiento conductual integrado el cual consiste en una modificación de
aquellos aspectos relacionados con la conducta sexual, la competencia social y
las distorsiones cognitivas, este tratamiento se centra en métodos psicológicos
y educativos. Se pretende llevar a cabo modificación de respuestas a través de
la terapia aversiva, el reacondicionamiento masturbatorio y la saciación, la
sensibilización encubierta y finalmente un procedimiento auto administrado para
la reducción de impulsos sexuales desviados espontáneos. Finalmente, dentro de
un enfoque cognitivo-conductual Marshall propone llevar a cabo intervenciones
desde la autoestima, distorsiones cognitivas, empatía, control de la ira, abuso
de sustancias, inadecuado afrontamiento de la ansiedad y el estrés (Guillamondegui,
2006).
A pesar de existir una creencia
generalizada sobre la probabilidad de reincidencia de los delincuentes
sexuales, los indicadores de este tipo de conductas son, como grupo, bajos, ya
que a nivel mundial se estima que cerca del 20% cometen nuevamente este tipo de
delito. No obstante, los casos de reincidencia dependen estrictamente de la
tipología del agresor y de los factores de riesgo que coincidan con cada uno de
ellos. De esta misma forma, existen ciertas características que distinguen a
los sujetos reincidentes de los no-reincidentes, algunos de estos son los
factores de riesgo estáticos (o no modificables) que hacen parte de la
individualidad de cada sujeto (Redondo, Pérez y Martínez, 2007).
La predicción sobre la
reincidencia en los delincuentes sexuales suele ser parte de un trabajo
combinado entre todas las variables psicológicas y comportamentales y no solo
de lo que recientemente se ha trabajado como predictores de este tipo de
conductas (la edad, el nivel educativo, las experiencias de abuso, la historia
familiar, etc.). En la actualidad, se
han desarrollado sistemas basados en el juicio profesional estructurado, que
evalúan el riesgo con base en directrices explícitas basadas en investigaciones
empíricas y que a su vez permiten hacer la evaluación del riesgo de violencia
sexual de delincuentes adultos sexuales, donde se entiende como riesgo a todos
aquellos elementos y variables personales y sociales cuya presencia hacen mucho
más probable el mantenimiento de la actividad delictiva de un sujeto, o de otra
manera, incremente su riesgo delictivo. Con la implementación de este
procedimiento llamado Sexual Violence Risk-20, se logró demostrar que parece
ser más fácil identificar aquellos casos que probablemente no reincidirán que
aquellos otros que sí. Por esto y a pesar de saber que la reincidencia suele
ser muy baja, si se utilizan los instrumentos adecuados el pronóstico de la
violencia sexual podría conseguir muchos más aciertos que los actuales (Pérez,
Redondo, Martínez, García y Pueyo, 2008).
El Sexual Violence Risk
(SVR-20), “es un instrumento de valoración de 20 ítems o campos de información
sobre un determinado caso, que permite una ponderación de su riesgo de
violencia sexual en las categorías bajo, moderado o algo”, este instrumento fue
adaptado al español y al contexto latino por el profesor Antonio Andrés Pueyo
en el marco del Grupo de Estudios Avanzados en Violencia-GEAV, en el Departamento
de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico de la Universidad de
Barcelona.
En definitiva no se puede
llegar a establecer una tipología exacta de los abusadores sexuales, o de unas
únicas características y modos de llevar a cabo el acto delictivo, pues
mientras unos están motivados exclusivamente por el deseo sexual, otros solo
requieren ciertos niveles de proximidad o comunicación; cuando algunos cometen
el delito por su imperativo de agresividad, otros casos se caracterizan por
tener el simple recuerdo de niños expuestos a caricias o temores concretos al
contacto sexual, mientras algunos se pueden llegar a caracterizar por una
enorme actividad violenta y agresiva, otros pueden resaltar por ser personas
tímidas, retraídas y completamente pasivos y hasta inofensivos; y mientras que
algunos otros pueden ser específicamente pedófilos, otros solo pueden
aprovecharse de una situación particular o sentir cierta atracción por un menor
particular.
En términos generales, resulta claro que no
existe consenso en cuanto a teoría o modelos que expliquen el comportamiento de
los agresores sexuales. Sin embargo, es
evidente que de cara a futuras investigaciones que permitan un avance en la
comprensión de este flagelo que ataca a todos los niveles de la sociedad y se
presenta desde tiempos inmemorables, es necesario conocer cada vez más del
tema. Si bien los avances teóricos
resultan de gran importante en materia de investigación, la única forma de
conocer cómo operan, cómo piensan, qué prefieren, cuáles son sus temores, etc.
es interactuando de cerca con los directos implicados. Es por ello que el llamado es a no seguir
viendo al agresor sexual simplemente como el victimario, distante y con una
postura descalificante. Lo anterior, no
pretende de ninguna forma justificar su actuación y el daño que generan, algunas
veces de por vida, en sus víctima y nos referimos especialmente a los
niños. Es necesario una acercamiento,
verlos como personas que independientemente de sus actos tienen una dignidad y
con un alto grado de certeza, las explicaciones a su comportamiento, se
encuentra en sus infancias.
Para
citar este escrito según normas APA:
REFERENCIAS
Arcila, A., Castaño, M., Osorio, D., Quiroz, G. (2013).
Caracterización sociodemográfica, del desarrollo psicosexual y del delito en
hombres condenados por delitos sexuales recluidos en el centro penitenciario de
Manizales. Revista Colombiana de
Psiquiatría, 42 (1), pp. 51 – 62.
Becerra, J. (2012). Avances del estudio de la
personalidad de abusadores sexuales infantiles españoles: una aproximación
desde el modelo de los cinco factores. Tesis Doctoral de la Universidad de Jaén
en Andalucía. Recuperado de la base de datos Google Académico.
Castro, M., López-Casuedo, A., Sueiro, E. (2009). Perfil
sociodemográfico-penal y distorsiones cognitivas en delincuentes sexuales. Revista Galego-Portuguesa de Psicoloxía e
educación, 17 (12), pp. 155 – 166.
Contreras, C., Peña, M., Rubio, C. (2012). Delitos de
connotación sexual y reinserción social. Tesis para optar por el título de
Trabajador Social de la Universidad del Bío-Bío de Chile. Recuperado de la base
de datos de Google Académico.
Cortés, C. (2013). Prevalencia del abuso sexual masculino
en el extremo norte de Chile: Secuelas a largo plazo, factores de protección y
de riesgo. Memoria para optar al grado de Doctor de la Universidad Complutense
de Madrid. Recuperado de la base de datos de Google Académico.
De la Fuente, C. e Instituto Colombiano de Bienestar
Familiar (ICBF). (2010). Lineamiento técnico para el programa especializado de
atención a niños, niñas y adolescentes víctimas de violencia sexual con sus
derechos amenazados, inobservados y vulnerados. Medellín: Centro de
documentación del ICBF.
Echeburúa, E. y Guerrica-Echavarría, C. (2005). Concepto,
factores de riesgo y efectos psicopatológicos del abuso sexual infantil.
En San Martín, J. (2005). Violencia contra los niños, c. 4.
Barcelona: Ariel.
Garrido, V. (1989). Psicología de la Violación. Ava:
Valencia.
González, E., Martínez, V. y Bardi, A. (2004).
Características de los abusadores sexuales.
Revista de la Sociedad Chilena de Ginecología y Obstetricia Infantil y de la
Adolescencia SOGIA, 11 (1), pp. 6-14.
González, E. (2012). Una aproximación a las
características de los abusadores sexuales y los factores asociados al abuso.
Centro de Medicina Reproductiva y Desarrollo Integral del Adolescente,
pp. 187 – 198.
Guillamondegui, L. (2006). La resocialización de los
delincuentes sexuales. Revista de
ejecución de la pena privativa de libertad y el encierro, 1 (1), pp.
225-251.
Gutiérrez, J. y Flores, H. (2001). El perfil Psico-social
del agresor sexual en el Salvador. Trabajo de investigación de la Universidad
Tecnológica de El Salvador. Recuperado de la base de Datos Google Académico.
Hilterman, E. y Pueyo, A. (2005). SVR-20 Manual de
valoración del riesgo de violencia sexual. Universidad de Barcelona: España.
Lago, G. y Céspedes, A. (s.f.). Abuso Sexual Infantil.
Bogotá: Ascofame- Sociedad Colombiana de Pediatría.
Landaverde, b., Pérez, g. (2013). Propuesta
de perfil psicosocial de niñas y adolescentes entre los 13 a 17 años de edad
que han sido víctimas de abuso sexual y que se encuentran bajo una medida de
protección temporal en el instituto salvadoreño para el desarrollo de la niñez
y la adolescencia (isna) de la colonia costa rica del departamento de san
salvador. Trabajo de grado para optar por el título de Licenciatura en
Psicología de la Universidad del Salvador. Recuperado de la base de
datos de Google Académico.
Moreno, J. (2006). Revisión de los principales modelos
teóricos explicativos del maltrato infantil. Enseñanza e investigación en Psicología, 11 (002), pp. 271 – 292.
Nunes, P. (2011). Abusadores sexuales: una perspectiva
neuropsicoloógica. Tesis Doctoral de la Universidad de Salamanca. Recuperado de
la base de datos Google Academico.
Observatorio de Violencia Social y de Género, OVSGBJ.
(2008). Estudio victimológico y criminológico de la violencia sexual. Observatorio de violencia sexual y de
género. 1° Ed. México.
Ortiz-Tallo, M., Sánchez, M. y Cardenal, V. (2002).
Perfil psicológico de delincuentes sexuales. Un estudio clínico con el
MCMI-II de Th. Millon. Revista de psiquiatría de la Facultad de
Medicina de Barcelona, 29 (3), pp. 144-153.
Pérez, M., Redondo, S., Martínez, M., García, C., Pueyo,
A. (2008). Predicción de riesgo de reincidencia en agresores sexuales. Psicothema, 20 (2), pp. 205-210.
Posada, E. y Salazar, J. (2005). Aproximaciones
criminológicas y de la personalidad del abusador sexual. Trabajo de grado para
optar al título de Abogado de la Universidad Católica de Oriente de Rionegro.
Recuperado de la base de datos Google Académico.
Redondo, S., Pérez, M. y Martínez, M. (2007). El riesgo
de reincidencia en agresores sexuales: investigación básica y valoración
mediante el SVR-20. Papeles del
Psicólogo, 28 (3), pp. 187-195.
Soria, M., Hernández, J. (1994). El agresor sexual y la
víctima. Boixareu Universitaria: España.
Vázquez, B. (2011). Tipos de agresores sexuales en
Psicología Forense: Distorsiones cognitivas en agresores sexuales. Texto basado
en el libro de Vázquez, B. (2005). Psicología
Forense, c. 3. Recuperado de la base de datos Google Académico.
Vallejos, M., Covetta, A., Salvador, M. (2012). Estudio
epidemiológico sobre abusadores sexuales en una institución psiquiátrica
penitenciaria. Revista Psicológica, 16
(12), pp. 1 - 16