jueves, 12 de junio de 2014

ABUSADORES SEXUALES

Alexa Liliana Rodríguez-Padilla
Leidy Johan Baquero-Cantor.       
 El intento por explicar el comportamiento de los agresores sexuales ha sido un esfuerzo constante, desde hace ya varias décadas y desde diversas disciplinas. El modelo de análisis del comportamiento parte de múltiples explicaciones a los componentes del comportamiento del agresor sexualmismo, como son las motivaciones, procedimientos de ejecución de los hechos, personalidad, presencia de parafilias, trabajo en solitario o en grupo, métodos de elección de la víctima y carrera delictual, entre otros (González, Martínez y Bardi, 2004). Las explicaciones que resultan de las causas que origina la agresión sexual no son unívocas, por el contrario, son multicausales, razón por la cual las propuestas de evaluación e intervención deberían considerar la misma perspectiva.
El resultado de las investigaciones muestra heterogeneidad en las características de personalidad y psicopatológicas de los agresores sexuales. En general, suelen atribuir perfiles de tipo limítrofe para el caso de agresores sexuales que presentan algún trastorno, y en el caso de violadores, entendiéndose por violador, quien realiza la ofensa sexual contra un adulto de manera violenta. En éstos casos se ha establecido correlación,  con el tipo de personalidad antisocial, principalmente. Los agresores sexuales suelen presentar dificultades en el desarrollo de la empatía, distorsiones cognitivas y una gran dificultad para percibir y demostrar emociones (González, Martínez y Vardi, 2004). 
Comúnmente se piensa que los agresores sexuales son personas con trastornos psicológicos, sin embargo, la evidencia demuestra lo contrario, las investigaciones científicas revelan que en un 64% de los casos de los agresores sexuales evaluados, no se documentó ningún trastorno psicológico. Castro, López-Casuedo y Sueiro (2009), Cáceres (2001), Echeburúa y Fernández-Montalvo (1997) y Soria y Hernández (1994) coinciden en afirmar que la mayoría de los agresores sexuales no presentan trastornos psicopatológicos pero defienden la relación entre delitos sexuales con determinados trastornos de personalidad, tales como el trastorno antisocial, trastorno esquizoide y trastorno límite. 
Otro de los postulados es que el comportamiento de los agresores varía según el tipo de víctima y condiciones propias del sujeto, como el sexo y la edad. Razón por la cual  resultaría insuficiente analizar un solo grupo de características de un agresor, dado la heterogeneidad de las combinaciones. En el año 2002, Ortiz-Tallo, Sánchez y Cardenal establecen un perfil psicológico de los delincuentes sexuales con base en un estudio de tipo clínico, utilizando como herramienta principal de análisis, el Inventario Clínico Multiaxial de Th. Millon II (por sus siglas en inglés MCMI-II). El fin de esta investigación fue conocer el patrón básico de personalidad y la detección de síndromes clínicos en tres grupos de delincuentes sexuales: dos grupos de condenados por delitos sexuales y un grupo control de personas condenadas por otro tipo de delitos, configurando una muestra de 90 personas entre los 20 y 65 años; el objetivo del estudio pretendía encontrar diferencias en los perfiles de personalidad en función del delito por el que se hubiesen condenado.
En la evaluación de estilos de personalidad con el MCMI-II, se definieron 13 tipos de perfiles, entre los que se resaltan: las dificultades para las relaciones interpersonales, la búsqueda de aceptación, el miedo al rechazo, la evitación del menosprecio y la humillación, la dificultad para asumir responsabilidades propias de la edad adulta, y la presencia de conductas socialmente loables (Ortiz-Tallo et al., 2002).
Un par de años más tarde, González et al. (2004) desarrollaron un estudio en el que pretendían dar una visión general de las características de los abusadores sexuales, revisando y contrastando las teorías desarrolladas y que a la fecha explicaban el comportamiento abusivo. En la mencionada revisión, se explicó que, si bien la mayor parte de las denuncias que se presentan por casos de abuso sexual provienen de los estratos socioeconómicos más bajos, los abusadores pueden pertenecer a cualquier estrato social, ya que para escapar de la detención y la aplicación de una pena, se requieren recursos además de astucia; el abusador puede incluso vivir en cualquier medio (urbano, rural), tener cualquier nivel educativo, cualquier religión y orientación sexual y estado civil.  A pesar que en la actualidad se ha logrado eliminar este tipo de sesgos socioculturales, en algunos contextos se sigue considerando que le agresor sexual pertenece a una categoría social en particular
Dado que no existe un perfil único en el caso de los agresores sexuales, resulta más conveniente hablar de características comunes y factores asociados, con el fin de dejar de lado las generalizaciones en esta materia, y en lugar de ello, hacer uso de los modelos teóricos explicativos del comportamiento abusivo que mejor se acomode a cada caso.
Existen dos perspectivas desde las cuales se ha logrado abordar el abuso sexual. La primera asume que la raíz de esta problemática se centra en una dinámica familiar distorsionada, caracterizada por relaciones de tipo incestuoso entre padres e hijos; desde esta perspectiva se menciona que en general las niñas son vistas como la compañera sexual de su padre o viceversa. En diversas investigaciones se ha logrado demostrar que algunos abusadores sexuales experimentan una activación sexual por los niños incluso justo antes de ser padres y en su etapa de adolescente (Moreno, 2006).
Por otro lado, está la perspectiva que basa sus explicaciones en las características psicológicas y fisiológicas del abusador. La etiología del abuso sexual muestra ciertos criterios individuales, como la presencia de una cierta patología psíquica, patrones de inmadurez, baja autoestima, sentimientos de inutilidad entre otros. Por otra parte, existen algunos criterios de tipo familiar como la conflictividad marital (violenta o no), el alejamiento de la pareja, y como se mencionó anteriormente, se puede presentar también una confusión en la inversión de los roles en los miembros de la familia. Se han trabajado también los criterios contextuales que enfocan sus explicaciones en que el abusador suele ser una persona introvertida, solitaria y con poco apoyo social (Moreno, 2006).
Existe un modelo teórico que intenta explicar por qué algunas personas se interesan sexualmente en niños y a su vez, porqué el interés sexual conduce estrechamente al abuso. Según el modelo de Finkelhor (como se citó en Moreno, 2006) debe estar presentes algunos factores simultáneos y sucesivos: “congruencia emocional (una importante inmadurez en el abusador que se experimenta a sí mismo como un niño, manifiesta necesidades emocionales infantiles y, por tanto, desea relacionarse con niños); activación sexual ante los niños, bloqueo de las relaciones sexuales normales (sentimiento de inutilidad personal, inadecuación interpersonal y distanciamiento sexual en las relaciones de pareja); y desinhibición comportamental (de ellos depende que el abuso sea estable o esporádico)”. Faller (como se citó en Moreno, 2006), propone una diferencia entre lo que provoca el abuso sexual  y los factores que podrían contribuir pero no lo provocan. Algunas de las condiciones que actúan como precipitantes se puede destacar: el sistema social (relaciones de poder, relaciones de dependencia, educación adecuada, reparto de roles y la sexualización de las relaciones) y en relación con el abusador (haber sido víctima de abusos sexuales, autovaloración deficiente, consumo de sustancias o experiencias traumáticas, pocos cuidados durante la infancia y modelos sexuales afectivos).
Marshall (como se citó en Vallejos, Covetta y Salvador, 2012), propone que el comportamiento de los delincuentes sexuales podría estar determinado por la interacción entro lo innato y lo adquirido. Desde la perspectiva de lo innato, propone que el hombre debe aprender a controlar la satisfacción de sus propios deseos (agresión y sexo), ya que los factores biológicos y sociales que tienen una relación directa con el desarrollo de los inhibidores conductuales, y en definitiva, son los mismos que en ciertas ocasiones establecerían correlación entre el sexo y la agresión, en algunos sujetos.
A su vez, Marshall propone una serie de patrones predictores de los comportamientos sexuales-delictivos. Las relaciones paterno-filiales pobres pueden concluir en este tipo de comportamientos agresivos, la experiencias previas de la infancia (problemas familiares, conductas de abuso físico y sexual, falta de motivos en los castigos, falta de identificación con uno de sus padres, abuso de alcohol o actividades delictivas) son algunos de los predisponentes conductuales y en general suelen ser el  resultado de un proceso de modelamiento de las conductas de los padres (Vallejos, Covetta y Salvador, 2012).
Este autor plantea además que los vínculos paterno-filiales pueden enseñar a los niños a esperar de los demás y a mantener actitudes que promueven o impiden el establecimiento de lazos afectivos. Teniendo en cuenta los tipos de apego entre el cuidador y el niño, se han logrado establecer algunos criterios en términos de sus consecuencias, por un lado, se ha concluido que los niños que muestran vínculos evitativos, en el futuro podrían llegar a presentar ausencia de vínculos amorosos; aquellos con características ansioso-ambivalentes suelen mantener relaciones muy superficiales y de corta duración (Vázquez, 2011)
Los tipo de apego evitativo y ambivalente, suelen traer consigo relaciones disfuncionales entre padres e hijos y experiencias tempranas destructivas en el hogar. Se ha propuesto, además, que las dificultades de apego entre madre e hijo aumentan la probabilidad de comportamientos de tipo antisocial en la vida adulta, por el contrario, cuando se presentan este tipo de problemas entre padre e hijo, suele predecirse la conducta agresiva sexual en la edad adulta (Vallejos, Covetta y Salvador, 2012).
Los mismos autores plantean que generalmente cuando se presenta un vínculo emocional negativo entre padre e hijo,  el menor, resulta convirtiéndose en un ser vulnerable, falto de autoestima, con pocas habilidades de afrontamiento y resolución de problemas, con escasas relaciones sociales por la misma falta de empatía, por lo que se ha llegado a concluir que en la vida adulta estas personas no tiene la capacidad de satisfacer sus necesidades sexuales y afectivas de una forma apropiada (Vallejos, Covetta y Salvador, 2012).
Otro de los modelos explicativas del comportamiento de los agresores sexuales es la explicación que realiza Broffenbrenner (1979, como se citó en Cortés, 2013), la cual se centra en la comprensión ecológica del crecimiento de las personas, es decir, la concepción cambiante que tiene una persona de su ambiente y su relación con él. Este autor postula que la sociedad está constituida por distintos sistemas (macrosistema, exosistema, mesosistema y microsistema) y que bajo estos sistemas y su relación, podría llegar a surgir el abuso o el maltrato infantil, como interacción entre la familia y su entorno. Este enfoque propone cómo a partir de los factores de riesgo existentes en estos sistemas y la ausencia o presencia de factores de protección, algunos factores de riesgo pueden llegar a sobre pasar los factores de protección y llegar a las conductas de maltrato y finalmente abuso.
 


 Fuente, Cortés (2013).


De acuerdo con Landaverde y Pérez (2013), existe diversidad en los modelos explicativos de la conducta sexual abusiva. Por un lado plantean los modelos unifactoriales: Modelo biológico que se centra en lo fisiológico, sustentando que el abuso sexual es causa principalmente de la excitación sexual desviada y el énfasis del rol hormonal (niveles de testosterona – agresión en general y la sexual en concreto) y la presión evolucionista que impulsa la tendencia masculina de dominar a otros. En esta misma línea resaltan también modelos a nivel psiquátrico, feminista, cognitivo conductual, modelo sistémico, modelo de la personalidad, modelo social, modelos multifactoriales, multisistémica, de los cuatro factores y cuadripartido que en definitiva logran dar una puntual explicación sobre el abuso sexual.
Garrido (1989)  por su parte, propone cuatro tipos de explicaciones, la primera de ellas es explicada desde lo intrapsíquico, psicodinámico o de la perturbación y sostiene que independientemente de las diferencias individuales, los abusos en niños, el incesto, el voyerismo y el exhibicionismo son el resultado de problemas intrapsíquicos e interpersonales duraderos. La segunda, se basa en la psicología de los rasgos y no en las diferencias que existen entre los delincuentes sexuales, sino en todas sus similitudes y comunalidades, y que además les distinguen de otro tipo de delincuentes. La tercera explicación está dada bajo el concepto de la subcultura de la violencia, en donde la violación no se ve como algo más que otro tipo de delito común, en donde los agresores rivalizan con las conductas y valores socialmente establecidos, por último existe un planteamiento en términos de la socialización y del rol de “víctima legitimada” que se le otorga a la mujer, es decir, en cuanto al hombre se le enseña socialmente a tomar la iniciativa con las mujeres, a ser dominante y a enorgullecerse con las conquistas sexuales, a la mujer socialmente se le atribuye la búsqueda de protección de un hombre y la pasividad.
En Colombia, se estableció una tipología de agresores sexuales de mujeres y niños a partir del estudio de los patrones biográficos y de distorsión cognoscitiva, desde la perspectiva de la psicología forense. Los factores cognitivos no se pueden determinar como las causas directas del comportamiento sexual desviado, sino como aquellas fases por las que atraviesa el agresor sexual y que además les permiten negar, minimizar, justificar y racionalizar su comportamiento, además, este tipo de distorsiones cognitivas están dadas específicamente por el tipo de delito que se lleve a cabo. Partiendo de tales distorsiones cognitivas, se logra comprender cómo los agresores o abusadores sexuales de niños, creen que el contacto sexual con los menores no va a generarles ningún tipo daño y, por otro lado, pueden asumir una actitud deseosa y provocadora por parte de los menores (Castro et al., 2009).
Los agresores de personas adultas presentan también distorsiones cognitivas, pues en general hacen una interpretación errónea de las reacciones de las mujeres. La gran mayoría, hacen una lectura de las conductas de las mujeres como actitudes de provocación, contrario por ejemplo, a lo que podrían percibir de las mismas señales emitidas por varones en situaciones similares. Algunas de las ideas irracionales que más se han identificado a lo largo de varias investigaciones, son: a las mujeres les gusta que las traten con dureza, muchas de ellas fantasean con ser dominadas y violadas, y las mujeres que frecuentan bares y se van a la cama con cualquiera también merecen ser violadas (Castro et al., 2009).
Algunos de los procesos cognitivos más relevantes en términos de la violencia sexual, son aquellos que afectan la percepción de la información del entorno, el procesamiento de dicha información, los procesos de asociación con la memoria ya existente y los procesos de planificación de una respuesta dada. Así mismo desde los procesos cognitivos, suele jugar un papel muy importante la creencia que se tienen de sí mismo, de otras personas y del mundo en general. Como se mencionó anteriormente, los factores cognitivos ayudan a negar, minimizar y justificar su comportamiento, pero, así mismo, estos factores suelen proteger de alguna manera los efectos psicológicos negativos como la culpabilidad y la vergüenza por parte del agresor sexual (Gutiérrez y Flores, 2001).
El mismo autor plantea que la mayoría de agresores sexuales, presentan cierta dificultad para lograr identificar emociones en los demás o las determinan más positivas de lo que en realidad pueden ser.  Es así como a partir de dichas mal-interpretaciones, el abusador puede seguir agrediendo a mujeres y niños, pues son incapaces de hacer la lectura correcta del “estar causando daño”. 
Vázquez (2011), parte del hecho de la multiplicidad en los perfiles de personalidad típicos de agresores sexuales y traza una categorización de 5 tipos de agresores según sus características clínicas: a) psicópata, quien actúa en búsqueda de sensaciones y sometimiento a la víctima, lo que provoca una excitación mayor a la que puede encontrar en un encuentro sexual habitual; b) social-oportunista,  maneja creencias distorsionadas sobre el rol sexual de la mujer, codifica erróneamente signos  y generalmente les otorga un significado “provocante” justificando así su agresión; c) psiconeuróticos, quienes utilizan la agresión como un medio de compensación y justificación del comportamiento; d) asociales o subculturales, quienes, por cuestión de la crianza, generalizan un estilo de socialización violenta dentro de su ambiente social, habitualmente marginado y; e) pedófilos, primarios y secundarios, caracterizados por el temor y la dificultad para las relaciones con pares adultos, asociados a baja autoestima, e ira profunda hacia la etapa adulta.
Badury (como se citó en Contreras, Peña y Rubio, 2012), manifiesta dos tipos de abusadores relevantes, por un lado está el abusador sexual intrafamiliar: suele ser un miembro de la familia, con conductas manipulativas, uso de poder y del rol. Bajo esta figura el abusador cosifica al menor bien sea para cubrir sus carencias o para “elaborar” los traumatismos pasados (abandono, maltratos o abusos), o para “disminuir las consecuencias de los conflictos relacionales actuales. A partir de este tipo de abuso, se puede dar explicación a la “trasmisión de los abusos sexuales a nivel transgeneracional”.
Según Contreras et al. (2012), existe también el abusador sexual extrafamiliar, éste se conoce como cualquier individuo conocido por la familia de la víctima (sacerdotes, profesores, cuidadores, etc.) que con el tiempo han adquirido cierto nivel de confianza. En general son hombres y sus técnicas de persuasión suelen estar centradas en el cariño, la mentira, la presión psicológica, la carencia afectiva en el hogar del menor y otras estrategias sumamente distintas que, contrario a lo que logra un abusador que usa la violencia física, logran en algunos casos provocar sensaciones corporales agradables e incluso goce sexual por parte del menor.
González (2012) intenta llevar a cabo una clasificación muy detallada de los abusadores sexuales, “teniendo en cuenta que esta clasificación puede resultar poco confiable ya que los datos provienen de los mismos abusadores, quienes frecuentemente suelen ser manipuladores, con tendencia a utilizar la negación, proyección, racionalización, minimización y parcialización como mecanismo de defensa” (p. 190), Este autor propone la siguiente clasificación:
ð      Según inclinación sexual
ð      Según la exclusividad de la atracción por niños
ð      Según el sexo de la víctima
ð      Según la edad de la víctima
ð      Según el estilo de la conducta abusiva

Por su parte, Barudy (como se citó en González, 2012) asume que toda persona para lograr alcanzar su madurez, debe diferenciarse emocionalmente de sus padres y de aquello que lo condicionó durante su niñez. Este autor utiliza el término “individuos indiferenciados” para referirse a la construcción de fronteras psicológicas que le permiten a una persona un sentimiento de sí mismo y de los demás. Define personas subindividuadas a los que tienen poca vivencia de sí mismos y gran dependencia de los demás y, como sobreindividuados, a aquellos incapaces de tener en cuenta a los demás. A partir de estas definiciones, este autor propone los siguientes tipos de abusadores:
ð      Abusadores subindividuados totalmente indi­ferenciados
ð      Abusadores subindividuados con una diferen­ciación débil
ð      Abusadores subindividuados con una diferen­ciación moderada
ð      Abusadores sobreindividuados indiferencia­dos
ð      Abusadores individuados con una diferencia­ción moderada
ð      Abusadores sobreindividuados con escasa dife­renciación
ð      Abusadores sobreindividuados con una dife­renciación moderada

Barret y Trepper (como se citó en González, 2012), propone cinco tipos de hombres abusadores: aquellos que tiene una obsesiva preocupación por el sexo de los hijos; los padres regresivos, que suman el desarrollo sexual de sus hijos con el abuso de sustancias como un detonante para cometer el abuso; los autogratificadores instrumentales, que fantasean con su hijo acerca de otras mujeres; los emocionalmente dependientes, que buscan en sus hijos afirmación y soporte, y por último aquellos que presentan relaciones rabiosas, relacionadas con violencia física.
En un estudio de tipo descriptivo llevado a cabo por Arcila, Castaño, Osorio y Quiroz (2013), en una muestra de 80 hombres condenados por delitos sexuales recluidos en el centro penitenciario de Manizales se encontraron los siguientes hallazgos: en general los condenados pertenecen a estratos más bajos, presentan un bajo nivel de escolaridad o los procesos de educación sexual han estado ausentes en un gran porcentaje de agresores. Este aspecto se evidenció con mayor dominancia cuando las víctimas fueron menores o iguales a 12 años, lo cual, en términos de desarrollo, esto podría ser un indicador de conductas sexuales inapropiadas para el agresor sexual.
En la mayoría de los casos, las agresiones se empezaron a hacer manifiestas en edades tempranas (10, 15 y 19). Ante esta variable, se consideró importante hacer mayor énfasis en los factores biológicos y sociales (niveles hormonales, falta de educación sexual, funcionamiento familiar y dinámicas sociales). Así mismo, se evidenció que en la mayoría de los estudios llevados a cabo bajo esta temática, los agresores sexuales son personas conocidas o familiares de la víctima (Arcila et al., 2013).
En la misma investigación, se logró determinar que uno de cada cinco agresores sexuales presentó antecedentes de abuso sexual durante su infancia. En términos del desarrollo psico-sexual, cerca del 50% de la muestra manifestó una opinión negativa frente a la masturbación, un porcentaje mínimo recordó juegos sexuales en la infancia y solo algunos reportaron haber tenido fantasías sexuales en la adolescencia. Estos autores proponen que todos los aspectos mencionados con anticipación podrían llegar a significar procesos de inmadurez, temor o vergüenza respecto a su sexualidad, más que rasgos realmente delictivos y patológicos.
Weinberg (como se citó en Posada y Salazar, 2005), ha trabajado sobre tres categorías de abusadores sexuales, los endogámicos, que se caracterizan por que dirigen su actividad hacia el interior de sus familias, encontrándose en la mayoría de casos el padre, el padrastro, tíos, hermanos. La principal característica de este tipo de abusadores está marcada por relaciones posesivas, límites obsesivos y algún tipo de violencia psicológica; por otro lado, este tipo de relaciones sexuales abusivas suelen ser permanentes en el tiempo ya que el contexto suele ser un facilitador para que se lleven a cabo.                
Igualmente, este autor propone la denominación de abusadores “psicópatas” quienes sin algún tipo de discriminación por su víctima, suele tomarlo como un objeto sexual dentro de una relación de poder o dominación (incluso relaciones sexuales sádicas con altas consecuencias como lesiones personales u homicidio). Este tipo de abusador es patológicamente insaciable en su área sexual, aquí se pueden presentar relaciones fugaces o duraderas, pero con un alto índice de promiscuidad ya que se les facilita tener varias de estas relaciones en los mismos periodos de tiempo (Posada y Salazar, 2005).
En tercer lugar, existe el abusador pedofilico caracterizado por una gran inmadurez psicológica, personalidad insegura y bajos niveles de autoestima, por esto, este tipo de abusadores prefiere que la mayoría de sus víctimas sean personas que no pueden valerse por sí mismas o niños; este tipo de relaciones sexuales son también episódicas u ocasionales (Posada y Salazar, 2005).
En algunos estudios llevados a cabo a partir del uso de la escala de Trastorno del Pensamiento o Escala SS del MCMI-III (Millon Clinical Multiaxial Inventory), (que realiza una descripción del síndrome clínico severo caracterizado por pensamiento extraño, fragmentado, no coherente, disperso y despersonalizado), se ha logrado demostrar que los abusadores de menores presentan una puntuación mucho más elevada que otros delincuentes sexuales y no sexuales.  Así mismo bajo el uso del MCMI-II, al comparar abusadores de menores con población general sana, se ha logrado demostrar que existen diferencias significativas en las escalas Esquizoide, Paranoide y Esquizotípica ya que los abusadores en general tienden a tener puntuaciones muchos más altas que el resto de la población. De igual manera, se ha demostrado que entre los abusadores sexuales de menores y los agresores sexuales de adultos y delincuentes no sexuales, existe una alta correlación con las elevadas puntuaciones en la escala Fóbica (evitativa o escala 2) del MCMI (Becerra, 2012).
Perea, Ladera y Ajamail (como se citó en Nunes, 2011), propusieron en términos de alteraciones frontales en abusadores sexuales, “un patrón depresión, caracterizado por hipocinesia, apatía, carencia de impulso, reducción del habla, indiferencia, ausencia de motivación y falta de planificación”, este tipo de asociaciones tienden a estar direccionadas a la relación entre ciertos síndromes y alteraciones pre-frontales, dorso laterales, orbitales y mediales. Así mismo, se mostró a partir del estudio de Nunes (2001), que la reducida activación de la corteza dorso lateral pre-frontal es significativamente característica en los abusadores sexuales, sugiriendo de esta forma un deficiente control sexual. Desde este estudio se logró relacionar que un frágil funcionamiento de las regiones frontales del cerebro pueden predisponer mucho más para este tipo de delito.
Pasando a los procesos de tratamiento penitenciario y de acuerdo con Guillamondegui (2006), para lograr un diseño adecuado del tratamiento en el contexto penitenciario de los abusadores sexuales, se debe contar con el aporte de diversas ciencias que permitan lograr un pleno desarrollo de éste en el contexto penitenciario. El aporte de diversas disciplinas está orientado en la medida en que se pretende especificar las variables exactas a intervenir, una serie de métodos evaluativos que permitan identificar desviaciones sexuales del condenado, el alcance y la magnitud de su funcionamiento social y la capacidad de su interacción, el nivel de distorsión cognitiva, la identificación de los indicadores de los riesgos de reincidencia y su fijación temporal
Algunas de las técnicas de tratamiento más usadas son las siguientes: La prevención de recaída (PR), esta técnica de aplicación innovadora, cognitivo-conductual pretende llevar a cabo un abordaje desde el tratamiento de las adicciones, teniendo como referente que las más altas tasas de reincidencia en delito sexual están asociadas a procesos adictivos compulsivos y se centra más en lograr el control que algún tipo de curación y tiene como base las teorías del aprendizaje social (Guillamondegui, 2006).
Por otro lado, está el tratamiento conductual integrado el cual consiste en una modificación de aquellos aspectos relacionados con la conducta sexual, la competencia social y las distorsiones cognitivas, este tratamiento se centra en métodos psicológicos y educativos. Se pretende llevar a cabo modificación de respuestas a través de la terapia aversiva, el reacondicionamiento masturbatorio y la saciación, la sensibilización encubierta y finalmente un procedimiento auto administrado para la reducción de impulsos sexuales desviados espontáneos. Finalmente, dentro de un enfoque cognitivo-conductual Marshall propone llevar a cabo intervenciones desde la autoestima, distorsiones cognitivas, empatía, control de la ira, abuso de sustancias, inadecuado afrontamiento de la ansiedad y el estrés (Guillamondegui, 2006).
A pesar de existir una creencia generalizada sobre la probabilidad de reincidencia de los delincuentes sexuales, los indicadores de este tipo de conductas son, como grupo, bajos, ya que a nivel mundial se estima que cerca del 20% cometen nuevamente este tipo de delito. No obstante, los casos de reincidencia dependen estrictamente de la tipología del agresor y de los factores de riesgo que coincidan con cada uno de ellos. De esta misma forma, existen ciertas características que distinguen a los sujetos reincidentes de los no-reincidentes, algunos de estos son los factores de riesgo estáticos (o no modificables) que hacen parte de la individualidad de cada sujeto (Redondo, Pérez y Martínez, 2007).
La predicción sobre la reincidencia en los delincuentes sexuales suele ser parte de un trabajo combinado entre todas las variables psicológicas y comportamentales y no solo de lo que recientemente se ha trabajado como predictores de este tipo de conductas (la edad, el nivel educativo, las experiencias de abuso, la historia familiar, etc.).  En la actualidad, se han desarrollado sistemas basados en el juicio profesional estructurado, que evalúan el riesgo con base en directrices explícitas basadas en investigaciones empíricas y que a su vez permiten hacer la evaluación del riesgo de violencia sexual de delincuentes adultos sexuales, donde se entiende como riesgo a todos aquellos elementos y variables personales y sociales cuya presencia hacen mucho más probable el mantenimiento de la actividad delictiva de un sujeto, o de otra manera, incremente su riesgo delictivo. Con la implementación de este procedimiento llamado Sexual Violence Risk-20, se logró demostrar que parece ser más fácil identificar aquellos casos que probablemente no reincidirán que aquellos otros que sí. Por esto y a pesar de saber que la reincidencia suele ser muy baja, si se utilizan los instrumentos adecuados el pronóstico de la violencia sexual podría conseguir muchos más aciertos que los actuales (Pérez, Redondo, Martínez, García y Pueyo, 2008).
El Sexual Violence Risk (SVR-20), “es un instrumento de valoración de 20 ítems o campos de información sobre un determinado caso, que permite una ponderación de su riesgo de violencia sexual en las categorías bajo, moderado o algo”, este instrumento fue adaptado al español y al contexto latino por el profesor Antonio Andrés Pueyo en el marco del Grupo de Estudios Avanzados en Violencia-GEAV, en el Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico de la Universidad de Barcelona.
En definitiva no se puede llegar a establecer una tipología exacta de los abusadores sexuales, o de unas únicas características y modos de llevar a cabo el acto delictivo, pues mientras unos están motivados exclusivamente por el deseo sexual, otros solo requieren ciertos niveles de proximidad o comunicación; cuando algunos cometen el delito por su imperativo de agresividad, otros casos se caracterizan por tener el simple recuerdo de niños expuestos a caricias o temores concretos al contacto sexual, mientras algunos se pueden llegar a caracterizar por una enorme actividad violenta y agresiva, otros pueden resaltar por ser personas tímidas, retraídas y completamente pasivos y hasta inofensivos; y mientras que algunos otros pueden ser específicamente pedófilos, otros solo pueden aprovecharse de una situación particular o sentir cierta atracción por un menor particular.

 En términos generales, resulta claro que no existe consenso en cuanto a teoría o modelos que expliquen el comportamiento de los agresores sexuales.  Sin embargo, es evidente que de cara a futuras investigaciones que permitan un avance en la comprensión de este flagelo que ataca a todos los niveles de la sociedad y se presenta desde tiempos inmemorables, es necesario conocer cada vez más del tema.  Si bien los avances teóricos resultan de gran importante en materia de investigación, la única forma de conocer cómo operan, cómo piensan, qué prefieren, cuáles son sus temores, etc. es interactuando de cerca con los directos implicados.  Es por ello que el llamado es a no seguir viendo al agresor sexual simplemente como el victimario, distante y con una postura descalificante.  Lo anterior, no pretende de ninguna forma justificar su actuación y el daño que generan, algunas veces de por vida, en sus víctima y nos referimos especialmente a los niños.  Es necesario una acercamiento, verlos como personas que independientemente de sus actos tienen una dignidad y con un alto grado de certeza, las explicaciones a su comportamiento, se encuentra en sus infancias.  

Para citar este escrito según normas APA:

AL. Rodríguez-Padilla y
LJ Baquero-Cantor . (12 de junio de 2014).  Abusadores sexuales.  [Mensaje en un blog].  Recuperado de http://psicojuridicaforense.blogspot.com/.

REFERENCIAS
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1 comentarios

ELISE LAURENE 26 de julio de 2020, 17:50

Interesante artículo sirvió de base para una investigación que vengo realizando para la universidad.

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